Propósitos, deseos, esperanzas e ilusiones. Así empieza cada nuevo año. Muchísima pasión por compartir nuestras intenciones. Nuevas oportunidades para comenzar, para sentirnos orgullosos al final de los doce capítulos de éste nuevo libro. Pero, permitidme confesar una cosa:
Yo no creo en los propósitos.
No es que no crea en la voluntad de hacer cosas, ya que sin voluntad no hay hechos. Pero es tan ínfimamente pequeña la voluntad de hacer algo con el esfuerzo que seguramente conlleva, es tan sumamente fácil pensar cosas y tan jodidamente difícil esforzarte al máximo para alcanzarlo… que hace tiempo que dejé de creer en ellos.
Creo en la constancia, en el esfuerzo, en las ganas y en la energía que ponemos en un sueño. En un proyecto. En nuestro pequeño pero único, proyecto de vida.
Quizá dentro de unos años descubramos que los propósitos son en realidad los padres. Quizá descubramos también que no son más que una almohadilla psicológica para hacernos sentir mejor, para al menos, saber que dentro de nosotros hay deseos de ser mejores.
La lista de propósitos de año nuevo, en mi opinión, no es un acto anual, es un acto diario. Cada día deberíamos pensar en qué queremos conseguir. En qué nos queremos convertir. Y con ese pensamiento en mente, poner cada día un poquito de nuestra parte para cumplirlo. Pequeños objetivos, alcanzables a simple vista y aditivos entre sí, que podamos visualizarlos fácilmente. La ecuación tendrá como resultado nuestro querido propósito pero habremos llegado a él con actos y no con intenciones vacías.
Siempre pensad en grande, pero dando pequeños pasos para llegar hasta el destino deseado. El mundo es vuestro.
E.