«Si yo fuera igual que hace 10 años, habría perdido 10 años de mi vida.»
Estaba leyendo una entrevista cuando me he topado con esta frase, y de pronto, he sentido el impulso de escribir. Es de esas frases que esconde mucho más de lo que muestra cada una de las palabras. Inevitablemente me ha venido a la cabeza mi yo de hace 10 años. Quizá en mi caso dada la corta edad que tengo es evidente que de 12 a 22 la evolución es innegable; pero sí he pensado en mis padres. Cómo eran mis padres hace 10 años. Y la gente que me rodea. Y tú, ¿cómo eras tú?
El trailer personal
Creo que todos nos hemos planteado alguna vez cómo queríamos ser de mayores. Desde que tomamos consciencia de nosotros a pequeña edad la pregunta de qué queremos ser de mayores nos empieza a perseguir. Quizá es ese impulso el que nos lleva a crearnos nuestros propios trailers en la cabeza. Que si quiero ser astronauta. Que si quiero ser futbolista. Que si quiero tener 3 hijos y una familia preciosa. Yo realmente recuerdo mis pensamientos de mi adolescencia más temprana, en el que me imaginaba en una casa gigante con un vestidor lleno de zapatos y ropa y un novio fantástico, siendo una mujer de éxito y teniendo una vida resuelta. Además, lo hacía en compañía de mi mejor amiga en aquella época. Ella soñaba lo mismo que yo, y sí, seguiríamos siendo mejores amigas y compartiendo todos los secretos tal y como hacíamos por aquel entonces. Sí, todo muy de ensueño. Muy bonito y fantasioso. Realmente he contextualizado esto para exponer el problema que yo observo: todos nosotros tenemos el trailer pero muchos ni se molestan en hacer la película. Cuando llegamos a una edad más crítica y vemos el sacrificio, o la improbabilidad de que las cosas sucedan, puede ocurrir que dejemos nuestro proyecto de película abandonado en un cajón.
¿Cuántos sueños se han olvidado? ¿Cuántos pueden decir que tienen el control de sus vidas? ¿Cuántos luchan cada día teniendo una estrategia clara? ¿Cuántos disfrutan del camino?
Me gustaría poder decir de forma convencida que con el presupuesto que me han dado y la productora que me ha tocado al nacer y de forma azarosa, estoy haciendo la mejor película que podría y que más se asemeja a ese trailer que visionaba en mi cabeza desde pequeña. Creo que ese sería el punto más importante. Sentirnos orgullosos, saber que estamos haciéndolo lo mejor que sabemos, que estamos dándolo todo y disfrutando de la creación que tenemos entre manos.
Palomitas sí, pero control de nuestras vidas, también
Cuando esa pregunta de qué quieres ser de mayor o qué quieres estudiar cesa, es un indicador que nos comunica que estamos entrando en la vida adulta. Ahora, los que nos tenemos que hacer esa pregunta somos, efectivamente, nosotros mismos. En este punto es cuando aquellas personas con un pobre mundo interior empiezan a desconectar entre sus deseos y aspiraciones y la vida que están llevando. Es como si de repente su productora hubiese quebrado y se dedicasen más a sobrevivir que en diseñar sus vidas.
La gran mayoría de nosotros en algún momento nos hemos dedicado a comer palomitas y a ver las películas de otros, los éxitos ajenos y a envidiarlos o a menospreciarlos por no haber llegado a ellos, ya fuera no llevarnos una matrícula de honor en la universidad o que ascendieran a nuestro compañero de al lado cuando clarísimamente (desde nuestro punto de vista) deberíamos haber sido nosotros. LLegados hasta aquí, me permito el lujo de hacer un apunte: si nos focalizamos en exceso en la vida de los demás, podremos tener un empacho de palomitas, sintiéndonos además gordos y feos y con menos ganas de empezar nuestra película a cada paquete que ingerimos.
Las cosas se hacen haciendo, y valga la redundancia
Aquí entran otra clase de personas, las que tienen mundo interior, una estrategia clara pero no mueven ni un dedo. Estarían un paso más por delante que los comedores de palomitas pero todavía seguirían siendo comprometidos escritores de guiones. Hablo de aquellas personas que tienen un guión de su vida brillante, estructurado, pulido, corregido mil y una vez (pero sobre el papel). Me remito a la idea de antes, escribir el guión no es malo, quedarnos en él sí.
Cuando vamos a dar un paso importante, es normal imaginar todos los escenarios, los decoramos, les metemos casuísticas varias y lo escribimos y reescribimos una y otra vez; y todo para estar preparados para el día de la grabación final. Ese día en el que tomamos la decisión, damos ese paso que habíamos cavilado y dotamos de dirección a la película. Las personas encasilladas como escritores de guiones nunca pasan a la acción, esa grabación final nunca ocurre. Contadores de historias, creativos imaginarios sin visión ejecutiva y tremendistas apocalípticos estarían incluidos.
El papel de tu vida
Sí, la última clase de personas es la más guay. Los actores de vivencias. Los que se mojan, los que se lo curran, los que pasan a la acción aunque el guión no esté acabado. Me refiero a las personas que son capaces de improvisar, que se saben capaces de moverse aún sin una pauta perfectamente estructurada. Y dicho de paso que guiones perfectos en el mundo cambiante que nos ha tocado vivir, no los hay. He descubierto que rodearte con este tipo de personas tiene un efecto dual, rejuvenece y a la vez te dota de más perspectiva (que la suelen dar los años). Relacionarte con actores de vivencias te da más energía, más ganas de emprender nuestra propia producción y además la visión que obtienes de sus múltiples errores ayuda a lidiar con los fracasos que podamos tener a la hora de ponernos a ello. Cada error es diferente, porque cada vida y cada circunstancia es personal, pero saber que otros también se equivocaron, nos da un efecto analgésico que ya quisiera el ibuprofeno.
Todos somos potencialmente actores dispuestos a tener el papel de nuestras vida, de nosotros depende acabar siendo reconocidos, admirados y felices con nuestro pequeño trailer hecho realidad. Desde luego el niño de nuestro interior estaría plenamente satisfecho de que así fuera.
¿Nos vemos en el rodaje?